En este 2009 se cumplen 150 años de haberse concluído la
extraordinaria obra "Tristán e Isolda" (el poema fue escrito en Zurich entre
agosto y septiembre de 1857. La música fue compuesta en Zurich, en Venecia y
acabada en Lucerna en 1859) una de las partituras más emblemáticas de R. Wagner
(1813-1883) -y una de mis favoritas- y que a la larga se convertiríaría en un
parteaguas para la historia de la música occidental. Sin embargo, también es una
sublimación de la exaltada historia de amor que Wagner mantuvo con Mathilde
Wesendonck (1828-1902) aquella "Isolda, musa total, inspiradora suprema, aquella
en quien se unían las voluptuosidades y la atracción hacia la nada" como la
denominó Guy de Pourtalès, detonadora de la actividad creativa del compositor,
de la que Judith Cabaud tiene una extraordinaria biografía en donde desmiente lo
que los señores Gregor-Dellin y Ernest Newman defendían: que esta musa de
belleza rafaelita "no había ejercido un peso determinante en el proyecto de
“Tristán”. Sin embargo, resulta interesante saber que el periodo comprendido
entre 1852 y 1864 durante el cual Wagner mantuvo relación con los Wesendonck fue
el periodo de creación más fecundo de su vida.... He aquí su idilio:
“Wagner me relegó de prisa. Apenas me reconoció cuando fui
a Bayreuth.Y, sin embargo, yo soy Isolda” (M.W.)
En febrero de 1852, después de un concierto que dio a conocer
por primera vez al público de Zurich su extraordinaria Obertura de “Tannhäuser”,
conoce a Otto y Mathilde Wesendonck en casa de un amigo común. Wagner menciona
esto en “Mi Vida” así como en las cartas a su amigo Theodor Uhlig de Dresde.
Habla de un “efecto magnético” producido en el auditorio, sobre todo entre las
mujeres, y nos da a entender que se refiere especialmente a una de ellas. En
este momento, sin embargo, la relación entre Richard y Mathilde no va más allá
de los límites de la cordialidad. Es aproximadamente un año después de este
concierto así como después de la lectura del poema de la “Tetralogía” al público
que ha acudido a escucharle en el Hotel Baur, cuando Wagner abandona bruscamente
su desierto musical y ello a consecuencia de los hermosos ojos de la Sra.
Wesendonck. Hace cinco años que no compone y vuelve a empezar a rellenar
pentagramas con una obra irrisoria y encantadora, una “polka para Mathilde
Wesendonck” en la que nacen, se entrecruzan y mueren, como embriones apenas
formados, algunos de los gérmenes de su futura “Tetralogía”. Un mes más tarde,
el 20 de junio, le enviará igualmente una sonata acompañada de una dedicatoria
de lo más enigmática: “¿Sabéis qué ocurre?” la divisa interrogativa de las
Nornas en “El Crepúsculo de los dioses”. En ese momento Mathilde no entiende su
sentido. ¿Cómo podría hacerlo? Pues esta sonata es el vivo retrato de Mathilde,
pintado por el mago de los sonidos, en pie sobre el umbral del mundo de la
creación musical que por fin vuelve a abrirse a su genio.
“¿Sabéis qué
ocurre, qué ocurrirá?” El Edipo de Dresde pregunta al oráculo de Delfos. O
también, se pregunta más prosaicamente: “¿Sabéis lo que me ocurre?” Mathilde
escucha la sonata, la descifra, la teclea. Ignora que ante ella se encuentra el
germen del preludio de “Tristán”. En efecto, la Sonata está construida sobre el
mismo esquema que el del preludio de “Tristán”: Un comienzo muy melancólico
conduce a una gran ascensión que aspira en su crescendo a algo irrealizable. A
continuación viene el derrumbamiento total en el instante preciso en que se está
a punto de esperarlo. Y por último el regreso a la melancolía inicial. El primer
tema de esta sonata es como un leitmotiv cuya tonalidad e intervalos contienen
las primicias del tema de la muerte de Isolda así como el principio de lo que se
ha dado en llamar el tema del “anuncio de la muerte” en “La Walkyria”. El amor y
la muerte se encuentran ya presentes desde el primer día en su relación todavía
balbuciente con Mathilde Wesendonck.
“¿Sabéis qué ocurre, qué ocurrirá?”
Una tarde de febrero de 1852 en casa del amigo Marshall von Bieberstein, Richard
Wagner y Mathilde Wesendonck se han encontrado, se han mirado mientras hacían
los brindis de costumbre. También han bebido el filtro de la música y la mirada
de la joven Mathilde ayudará al genio creador a lo largo del difícil viaje que
se predice, hasta llegar a la cumbre de su inspiración musical.
En
efecto, a partir de septiembre de 1853, después de tantos años de silencio
musical, Wagner, sumido en un estado enfermizo durante su estancia en Italia en
La Spezia, escucha en su fuero interno la tonalidad en mi bemol mayor y reconoce
inmediatamente el comienzo del preludio de “El Oro del Rhin”. De 1853 a 1854
compondrá la música de esta primera jornada que constituirá el prólogo de su
“Tetralogía” tomando invariablemente como testigo a la joven Mathilde
Wesendonck: cada tarde, a las cinco, “el hombre del crepúsculo”, como le llamará
ella misma, penetra como ráfaga de viento en el suntuoso Hotel Baur en el Lago
de Zurich y sube de cuatro en cuatro los escalones hasta la suite que ocupa la
familia Wesendonck en espera de que se emprenda la construcción de su propia
villa. Se instala en el salón, al piano, y toca para la maravillada joven los
compases compuestos en su casa esa misma mañana.
Entre 1854 y 1856 se trata de la composición de “La Walkyria” en la que
la complicidad de Mathilde se muestra de forma más evidente: el esbozo de la
composición de los primeros compases del preludio se halla recubierto de
anotaciones y abreviaciones que rinden homenaje a su creciente amor por
Mathilde. Además, en la primera página de este esbozo, Wagner había revelado,
resumido en tres letras: G.s.M. la auténtica fuente de su inspiración: G.s.M.
son las iniciales de “Gesegnet sei Mathilde” (Bendita seas Mathilde). Bendita
sea esta mujer que le saca de su silencio, que le hace reemprender su actividad
como compositor sobre temas en los que sueña desde hace tiempo, en vez de
preocuparse por esos panfletos, esos escritos teóricos, esas polémicas que
únicamente le crean enemigos. Bendita sea Mathilde que se preocupa por su salud,
que le prodiga consejos y remedios, que sería también Isolda-la-Curandera. Y
bendito, en fin, sea su marido, Otto Wesendonck, cuya fortuna le permite
financiar sus viajes, sus conciertos y sufragar sus necesidades cotidianas.
Mathilde se halla allí para ayudarle a perseverar en este mundo de la
inspiración que reconocerá haber perdido más tarde.
En 1855, Wagner
rehace su obertura para “Fausto” que dedica a Mathilde y entre 1856 y 1857
compone los dos primeros actos de “Siegfried”. Los Wagner viven en una ruidosa
calle de Zurich, la Zeltweg, en un conjunto de casas que llevan el nombre de su
propietario: Stockar-Escher. El maestro se queja sin cesar de varios pianistas y
de un flautista que tocan diariamente, cuyas escalas y ejercicios suben hasta
sus oídos por el patio del inmueble. Para acabarlo de complicar, vive enfrente
del obrador de un herrero (herrero, entre nosotros, providencial en este caso)
que le fastidia enormemente con el ruido de su martillo sobre el yunque. Llega a
un acuerdo con él para que no golpee con el martillo más que al mediodía y se
dice que se debería a la Sra. Wesendonck el pago de las horas así perdidas. Poco
después los Wagner se instalan en la casita denominada “Asilo” que le cede Otto
Wesendonck dentro de los límites de su propiedad a cambio de un alquiler
ficticio, y es aquí cuando Wagner se lanzará simultáneamente a la composición de
“Tnistán” y de los “Wesendonck Lieder”, aquí también es donde en 1857 Wagner
concibe la idea para su última producción, “Parsifal”, de la que escribe una
primera versión en prosa.
Es en agosto de 1857, cuando los Wesendonck
acaban de instalarse en su nueva villa sobre la colina verde de Zurich, muy
cerca del “Asilo”, cuando Wagner escribirá en el espacio de un mes el poema del
amor imposible. El 18 de septiembre se lo lleva a la joven Mathilde quien,
trastornada, exclama: “Ahora no me queda nada más que desear..."
En “Mi Vida”, Wagner nos explica de forma anodina como por las
mañanas componía la música del primer acto del “Tristán”, por las tardes
realizaba largos paseos por el valle de la Sihl y leía en voz alta para sus
amigos, unas veces en casa de ellos, otras en la suya propia, las obras de
Calderón, Cervantes y Lope de Vega. Se trata en apariencia de una vida muy
ordenada. Sin embargo, mientras compone este primer acto de “Tristán”, Wagner
trabaja también con las poesías de su amable vecina, Mathilde. De diciembre de
1857 a mayo de 1858 asistimos en efecto a una eclosión poética por parte de la
joven que escribe poemas, los envía a casa de su augusto vecino quien les
compone la música y se los restituye en forma de lieder “a vuelta de correo”:
son los “Wesendonck Lieder".
El 30 de noviembre de 1857 llega “El Ángel” (Der Engel) bajo los
acordes luminosos de “Lohengrin” así como una evocación del primer acto de “La
Walkyria”. A continuación, el 4 de diciembre, “Sueños” (Träume), llamado más
tarde “estudio para Tristán”.
Poco menos de dos semanas después, Mathilde le
hace llegar su poema “Penas” (Schmerzen) y el 17 de diciembre Wagner le envía la
música. “Penas” constituye el presentimiento del sufrimiento por una separación
que tanto Richard como Mathilde saben que será inevitable.
Para el cumpleaños
de Isolda el 23 de diciembre, Wagner organiza una serenata en la Villa
Wesendonck. 18 músicos de Zurich son contratados para interpretar “Träume” que
Wagner ha orquestado para este propósito. Se produce igualmente una ocasión de
escándalo pues el esposo, Otto, se halla ausente en América por asuntos de
negocios. Intentarán reparar el escándalo al regreso del rey Marke y se
organizará un concierto en el mes de marzo para celebrar el cumpleaños de Otto
Wesendonck. En ese periodo Wagner viaja a París y regresa.
Mathilde sigue
con sus tentativas poéticas y le envía un poema de esencia tristaniana:
“Detente” (Stehe Still) que en espíritu se acerca al dúo de amor del segundo
acto de “Tristán” cuando los amantes buscan el olvido.
Por último, el primero
de mayo, el último texto que completará el ciclo de los “Wesendonck Lieder”
llega a la mesa de trabajo de un Wagner enfermo de amor: “En el invernadero” (lm
Treibhaus) al que pondrá música imbuido de los dolorosos acentos del preludio
del tercer acto de “Trístán”.
Todo esto no constituye más que el signo
externo del drama humano tejido entre Richard Wagner y Mathilde Wesendonck pues
ambos se hallan casados: Wagner con Minna, su compañera de los días de miseria;
Mathilde con Otto, rico comerciante que ya le ha dado cuatro hijos, hombre noble
a quien Mathilde ama y estima.
Después de proponerle la alternativa inevitable, la unión o la
separación, Wagner abandona su “Asilo” y parte en dirección a Venecia vía
Ginebra. Penosas escenas se habían desarrollado entre todos los protagonistas de
este drama. En su obra “Tristán e Isolda” Wagner sublimará su pasión por
Mathilde Wesendonck.
Si sus cartas enviadas desde Venecia, Lucerna y
París nos muestran ya una actitud de renuncia en esa época por parte de Wagner,
únicamente tres años más tarde inventará para la posteridad una expresión más
serena al describir una resignación lúcida en su personaje de Hans Sachs de “Los
Maestros Cantores de Nuremberg”:
Mi
niña,
Conozco la triste
historia
de Tristón e
Isolda;
Hans Sachs ha sido prudente y
no ha buscado
la suerte del rey
Marke.
El papel de Mathilde en la génesis de “Los Maestros Cantores”
será el de un detonador. Ella le transmitirá el impulso en el transcurso de una
visita a la Academia de Venecia en 1861. Viéndola feliz y satisfecha del brazo
de su marido Otto ese día Wagner eleva los ojos hacia el cuadro de Tiziano que
representa la Asunción de la Virgen la cual, con los brazos abiertos y la mirada
fija en el cielo, muestra a Wagner la única salida para su alma de músico, es
decir, el trabajo de compositor. Ante esta visión, Wagner siente en el alma una
súbita intuición y, tal como lo expresa de una manera bastante abrupta en “Mi
Vida”: «¡(El) resolvió escribir “Los Maestros Cantores”!»
***
Por su parte Mathilde, después de los poemas de los “Wesendonck
Lieder” creerá en su propia vida intelectual y si todo lo que escribirá se
encontrará teñido de colorido wagneriano, también nos mostrará una concordancia
constante entre su vida y su obra.
El siguiente es un poema publicado en su colección de 1862, poco
tiempo después de que Wagner desapareciera de su vida: “La Mujer abandonada”
Dí ¿por qué esta separación
amarga?
Te llevas contigo toda mi felicidad.
¿Debo soportar yo el peso
para ahorrártelo a ti?
¡Antes deja que vuelva a ser la que
era!
Devuélveme la paz tan pura
Que tu mirada robó de mi
interior:
A aquélla de quien ha huido la felicidad del amor,
Evítale
también la pena del amor
Tú me diste acceso a las alegrías del
cielo
Mediante un santo beso;
¡Ay! Se convirtió en la fuente de las
lágrimas
Que ya nunca podré dejar de verter
¡Oh! Que nunca en los
lejanos años
Mi imagen aflija tu espíritu:
Que no llegues a dudar
nunca
De lo ardientemente que te he amado.
Suplico al cielo que vierta
sobre tu cabeza
Mis más abundantes bendiciones;
¡Suspiro para que se me
escuche pronto
Por una tumba solitaria y tranquila!
Y he aquí el último poema que le escribiría a aquel Tristán
hace tiempo fallecido. Poema inspirado en la montaña de Traunstein y en sus
estribaciones: el Erlakogel con su perfil de mujer que los habitantes de la zona
han bautizado como la Griega adormecida. La leyenda de allí dice que el
Traunstein era en realidad un gigante de la montaña que cada noche esperaba el
despertar de la bella durmiente. Esta únicamente se le aparece en sueños para
depositar un beso sobre su frente:
Érase una vez dos corazones
valientes
Dispuestos a compartir alegría y dolor
No se sabe como llegó a
ocurrir
Pero la paz se desvaneció.
Su amor era cada día más
ardiente
Pero cuanto más se amaban
Más les separaban.
Cada uno ocultó
al otro la profunda herida de su corazón
Y cada uno sabía que el otro no se
había curado.
El Destino, grande y poderoso, separó por fin a los
amantes
Pero quiso que permaneciesen unidos en la muerte.
En la profunda
paz de la muerte,
Ella se encuentra acostada a sus pies.
Y él no puede
apartar los ojos de su mirada
Que es tan tierna.
Lo que domina toda la vida y la obra de Mathilde Wesendonck es
el tema de la compasión: Agnès (al casarse en 1848 con Otto Wesendonck, un viudo
trece años mayor que ella, decide adoptar el nombre de Mathilde con el fin de
aportar consuelo a la decisión de su nuevo esposo cuya primera mujer, muerta en
circunstancias trágicas, se llamaba Mathilde) se convierte en Mathilde como
consuelo para su esposo; Isolda renuncia a Tristán para evitar sufrimientos a su
marido y a sus hijos; una mujer mortalmente herida guarda silencio y se contenta
con enterrar sus lágrimas entre sus poemas...
La excelente soprano dramática wagneriana del siglo xx: Kirsten
Flagstad (1895-1962) interpretando "Muerte de amor de Isolda" con la cual
concluye la ópera "Tristán e Isolda"